2015(e)ko urriaren 7(a), asteazkena

Un día para hablar de nosotras, las agricultoras


Iturria: PIKARAMAGAZINE

La economía feminista se construye en el día a día, sin recetas, a base de convicciones, sensaciones, experiencias y reflexiones, desde cualquier ámbito de la vida. Para acercarnos a esta construcción desde lo rural, desde la agroecología y la soberanía alimentaria, propiciamos un encuentro entre cuatro mujeres que desde diferentes actividades y territorios, aportan y tejen esta red. Reproducimos una parte de lo mucho que se habló.
Patricia Dopazo Gallego (Revista Soberanía Alimentaria / Asociación Perifèries)

Esta entrevista fue publicada originalmente en el nº21 de la revista Soberanía Alimentaria, dedicado a la economía feminista

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De izq. a dcha.: Gemma Flores Pons, Isabel Díez Leiva, Ángeles Santos Alfonso y Leticia Toledo Martín

Jueves por la mañana. Hace poco que han abierto los puestos del Mercado de San Fernando, en el barrio de Lavapiés de Madrid. Hay pocas personas comprando y la animación la protagoniza el propio grupo de comerciantes, hablando entre tareas alrededor de un café, y quienes reparten y traen mercancías que aportan el ritmo dinámico al entorno. Puntuales, llegan Leti, Isa, Ángeles y Gemma, cada una por su propio camino, habiendo madrugado, con mochilas al hombro y miradas curiosas. Se conocen solo a través de los vídeos de La Revuelta al Campo, el proyecto en el que las cuatro han participado, pero el encuentro parece de viejas amigas. Las hemos juntado para proponerles que hablen de su día a día, de las percepciones, frustraciones, alegrías y motivaciones de cuatro mujeres que desde lo local aportan a la economía feminista. Nosotras escuchamos.




“Yo sí que siento un trato distinto –dice Gemma –. Cuando estoy en la panadería y viene algún comercial espera que yo sea una dependienta y que haya un hombre que haga el pan”

“Me apetecía venir para escucharlas”, dice Leti, que en vez de trabajar hoy en la huerta trabajará el sábado. Isa, que ha sido madre hace poco, ha podido venir porque hoy es fiesta local y pidió que la cita fuera este día. “Yo, con tanto lío todos los días, veo este encuentro como una ventanita, una oportunidad de salir y conversar. No vengo a hacer un curso pero voy a aprender y a respirar. El peque se ha quedado con mi madre, que está ahora en Santiago”. “Pues yo –cuenta Ángeles– he tenido que hacer queso dos días seguidos para poder venir, porque ahora hay mucha leche, pero estoy muy contenta pensando que he sido de las cuatro elegidas, y además somos tan dispares… ”. Gemma tira del hilo y dice que ha venido para compartir y aprender, “nosotras el jueves es el día que hacemos asambleas y lo tenemos más flexible, las hemos movido a otros días y hemos aprovechado para hacer otras cosas”.

Elegir el sector primario

Las presentaciones en este caso sobran, y la conversación deriva enseguida hacia la marcha de sus proyectos y por qué decidieron dedicarse al sector productivo. Ángeles, de familia ganadera, nació en Fariza, un pueblo de Zamora. “Quería estudiar y lo hice fuera, pero iba todos los fines de semana al pueblo y ayudaba, era algo natural para mí: ordeñar, cuidar las ovejas, hacer queso. Es cierto que en el entorno la gente se estaba yendo, a mis compañeras les decían que estudiaran y se fueran, que ahí en el pueblo no estaba el futuro. Pero mis padres siempre nos han trasmitido que estaban orgullosos de lo que hacían. Yo volví porque es lo que me gusta”.

“Nosotras teníamos ya en marcha la parte del proyecto de participación y educación ambiental –cuenta Isa, que comparte proyecto con otras dos compañeras– y queríamos complementarla y producir algo para no depender de la administración. Teníamos contacto con muchos productores y pensamos que ese hueco podía llenarse comenzando con un vivero de hortícolas, que era la pieza que sumaba al engranaje”.

“A mí la agricultura me viene de familia –dice Leti– y estudiando Ambientales fui acercándome al tema de la economía ecológica y a reflexionar un montón de cosas. Pero el momento más fuerte fue participar en el movimiento social de Córdoba, y el proyecto que empezamos de trueque. Nos dimos cuenta de que no podíamos cubrir necesidades reales y que la agricultura era fundamental, entonces surgió la oportunidad de probar y a mí me apetecía, fue un salto muy ideológico. Para mí tiene una relación directa con lo que he vivido”.

“Sí, para mí también fue algo muy ideológico –añade Gemma–. Aparte, a nivel personal, estuve haciendo el doctorado en investigación social, al principio quería quedarme en la universidad y estuve compaginándolo unos años. Viendo la precariedad y lo que suponía tener que irme fuera, me di cuenta de que no quería eso, quería hacer comunidad en sentido amplio y así no podía hacerlo. Para mí, un punto fuerte de nuestro proyecto es que tenga dos partes, darnos estabilidad económica y que nos permita también generar y compartir conocimiento con todas las personas y agentes con las que colaboramos. Lo que me aporta este trabajo, el aire que me dan las relaciones y elaborar pan, es algo que valoro mucho y que antes no tenía haciendo trabajo académico”.

El día a día, las imposiciones patriarcales y los ámbitos masculinizados


Isa: “Cuando estoy hablando con una mujer que me pide cien tomates, estoy más tranquila que cuando me los pide un hombre. No siempre es por el trato de ellos, también influye la imposición patriarcal, la inseguridad

Isa cuenta que venía reflexionando en el viaje sobre cómo se posiciona ante agricultores hombres: “Noto que cuando estoy hablando con una mujer que me pide cien tomates, estoy más tranquila que cuando me los pide un hombre, tengo más capacidad para empatizar. No siempre es por el trato que ellos demuestran, a veces es porque llevo la imposición patriarcal encima, la causa está en parte en mí y en parte fuera. Influye también que estamos empezando, la inseguridad. Necesito tener mucha confianza en lo que estoy ofreciendo. Pero creo que si fuera un chico no tendría ese extra de presión”, recalca.

“Yo sí que siento un trato distinto –dice Gemma –. Cuando estoy en la panadería y viene algún comercial espera que yo sea una dependienta y que haya un hombre que haga el pan. Ser tú la que hace el pan, reparte, lleva los números, descarga la furgoneta cuando llegan las harinas… ahí noto el choque. Luego, además, por el mismo hecho de haber sentido la presión de que no sea ‘un trabajo para chicas’ noto un proceso de resistencia, por ejemplo en mis padres, que me insisten para que me cuide y que no haga trabajos físicos duros. Mi respuesta a esa sobreprotección es resistirme de una forma que no creo que sea muy positiva: no cuidándome, pensando que puedo con todo y me presiono… pasado un tiempo ya pienso que me he demostrado que puedo hacerlo, y entonces incorporo la mirada de cómo cuidarme”.

“Sí –interviene Leti–, se nos coloca automáticamente en un lugar, en el ‘no puedes’ antes de ver cómo nos manejamos en la situación. Yo suscribo muchísimo de lo que has dicho, Gemma, pero, es curioso, he estado mucho tiempo en entornos con agricultores hombres y también he sentido lo contrario, una sobrevaloración de mi capacidad, ‘es que Leti es especial y sí que puede”.
La situación de Ángeles es diferente: “En el proyecto somos mis padres, mi hermano y yo, paridad total. Es cierto que mi hermano hace habitualmente ciertas tareas, pero es porque le gusta más, no por imposición de género, yo también lo puedo hacer perfectamente. Donde sí noto alguna presión es en las tareas de la casa, quizá también autoimpuesta. Pero a mi trabajo esto no se traslada”.

“Que se justifique que no haya mujeres diciendo que el trabajo en el campo es muy duro –dice Ángeles en tono de enfado– me parece muy frívolo. Las mujeres han trabajado en el campo siempre hasta la llegada de la mecanización”

Gemma comparte su experiencia en tareas muy masculinizadas, como la construcción: “Antes de estar en l’Aresta estuve viviendo un año rehabilitando una masía en un proyecto colectivo. Había una parte de obra, una actividad en la que para mí es difícil tener iniciativa porque no me he movido ahí antes, no tengo control de mi fuerza, de mi capacidad. No había un ‘apártate que ya lo hago yo’, pero si hay que descargar vigas, llega un momento en que te llegas a sentir excluida y a tener que visibilizarlo y compartir tu voluntad de participar, porque no estás fluyendo con el grupo, el ritmo es una palanca que frena. No es cuestión de incapacidades, sino de ritmos”.

“A mí que se justifique que no haya mujeres diciendo que el trabajo en el campo es muy duro –dice Ángeles en tono de enfado– me parece muy frívolo. Creo que la limitación no es tanto por el trabajo físico que supone sino por los servicios en el mundo rural, por las necesidades sociales diferentes de mujeres y hombres, los espacios donde relacionarse. Las mujeres han trabajado en el campo siempre hasta la llegada de la mecanización, cuando ya se asignó a los hombres y ellas se quedaron más en casa o se fueron porque en el pueblo solo había ‘trabajos de chicos': la construcción o la agricultura convencional con el tractor”.

“Sí, en los pueblos se ha ido asumiendo que eran los hombres quienes tenían que hacer ciertas cosas y se han ido haciendo cargo de ello –aporta Isa–. Las que nos incorporamos quizá nos ponemos a diseñar nuestro proyectos desde otro lugar, porque aunque quisiéramos incorporarnos a lo convencional, no podríamos o sería muy difícil, no se espera que lo hagamos. Creo que por eso no hay muchas mujeres en agricultura convencional”.

Procesos que avanzan y formas de mirar

Hay veces en que las actitudes femeninas se relacionan con ser más detallista. Sobre esto Leti aporta: “Yo no me siento muy detallista, sin embargo, de cara a cómo hacemos la cesta, yo le pongo mucha más importancia que mi compañero al detalle de que esté bien presentada, de que a la gente cuando le llegue, le llegue bonita. A él, de hecho, le cabrea, dice que es una cuestión de estética y que no debería valorarse la cesta por eso. Para mí es básica esa necesidad de que me agrade y que al otro le agrade, para mí es una tarea de cuidados, siempre lo ha sido y lo que me ha trasladado la gente es que lo valoran”.

Las cuatro se mueven en espacios de trabajo relacionados con la agroecología y en espacios de militancias diversas. “En los movimientos sociales el discurso feminista por lo menos se comparte más, se ha interiorizado que la igualdad no es solo una lucha de mujeres. No es tan fácil encontrarse actitudes machistas marcadas en estos espacios, aunque queden algunas por ahí. Creo que el discurso está claro, aunque la práctica no tanto”, dice Isa. “A mí también me sale automáticamente pensar que en los movimientos sociales no hay diferencias en el trato por género –añade Leti– pero si me voy al detalle, sí que las encuentro. Lo que más he recibido es sobrevaloración, ‘eres mujer y haces esto… guau’, eso genera un tipo de relaciones diferentes, se genera una distancia, me es difícil entrar en una relación de igualdad”.

“Mi sensación –aporta Gemma– es que en los movimientos neorurales el feminismo es como una palanca de empoderamiento que en chicos no es tan evidente. Es muy vivencial, en mi caso, salir del ámbito académico, romper con moldes, limitaciones, con lo que puedo esperar de mí misma. Hay momentos en los que hay una complicidad más grande entre nosotras”.

Leti: “En los proyectos productivos se nos va la vida; por lo que quienes se visibilizan en espacios de economía feminista son las que trabajan en la universidad o están liberadas para ello”

“Hay muchas mujeres en proyectos de agroecología –sigue Leti– y creo que tiene que ver con necesidades básicas, la autonomía, la interdependencia, los cuidados de los ciclos, las semillas, la integralidad de los proyectos, la complejidad, las visiones de la cooperación y de conectar con muchas cosas. Quizá he visto una mirada más sesgada en proyectos de hombres. De todas formas me cuesta llevarlo a la cuestión de género, aunque creo que está y hay que verlo, pero sobre todo hay que hablar de las relaciones de poder, de cómo las gestionamos: en el mercado, consumidores, la agricultura. No me vale ya solo la igualdad, quiero hablar de economía feminista con lo que eso conlleva”.

“Sí, totalmente –dice Gemma–. El tema es qué practicas vamos a usar. La mirada colectiva y comunitaria es lo que genera un cambio. La parte de autocupación de nuestro proyecto la veo como otra reformulación de cómo generar lo colectivo, de cómo apoyarnos, cubrir necesidades. Compartimos otras cosas, no solo el trabajo. Para mí lo más importante son las redes sociales, los apoyos, actividades culturales, puntos de encuentro, poder desarrollar tus intereses y sensibilidades políticas”.

“Sí, las redes de afinidad es algo que no podemos delegar, tenemos que hacerlo nosotras porque es una necesidad”, afirma Isa. “Por mi experiencia en mis redes –interviene Ángeles– creo que nosotras compartimos de forma diferente, noto que trasladamos más que los chicos los sentimientos, las inquietudes”.

Rescatar tiempo

Sobre la construcción de redes, Leti añade un elemento importante: “En los proyectos productivos donde estamos se nos va la vida y esto limita la participación en espacios donde se dan las relaciones. Aquí veo contradicciones porque al final quienes se están dedicando a asistir a espacios y visibilizarse son quienes están trabajando en la universidad o están liberadas para eso… pero no tanto quienes estamos en la economía real. Claro que las mujeres deben encontrarse y compartir, pero es que veo dificultades para conectar hasta con percibir esas necesidades porque lo cotidiano no da para más”.

Esta dificultad de disponer de tiempo es muy relevante para las cuatro y van profundizando al respecto. Isa tiene la sensación de que dentro de los proyectos el trabajo entre mujeres y hombres es similar, pero que sumándole lo de fuera no. “Mientras trabajas estás pensando en lo que está pasando fuera, los cuidados, la casa… Creo que lo de la conciliación laboral es como la jornada flexible que solo se estira… ¿ir a regar con el peque es conciliar? Yo lo achaco a que estamos empezando y hay que ajustar cosas”.

“Yo –dice Leti– es que ni siquiera introduzco conscientemente en mis tareas lo que habitualmente se asocia a las mujeres, los cuidados, lo voy haciendo y ni me doy cuenta de que lo hago, a mí nadie me lo hace. Creo que el trabajo físico es bastante pero también lo que no es físico, la cabeza todo el rato funcionando, cuentas, proyecto, pedidos… y no te sientas delante de un escritorio para este trabajo. Estás siempre conectando cosas que son necesarias”.

“Nosotros dedicamos mucho espacio a hablar de lo que hacemos, del uso del tiempo, a intentar visibilizar todo lo que se mueve en el proyecto –cuenta Gemma–. Así te vas conociendo, qué necesitas, qué te funciona, qué no te funciona y lo vas incorporando. El reto es cómo encajar lo externo al proyecto: quién te hace la comida en casa, cómo lo hacemos posible. Puedo solidarizarme con mi compañera si tiene que cuidar a su madre. Intentamos incorporarlo pero es un reto”.
Apagamos la grabadora, que va ya completando la tercera hora de conversación. Acabamos las cervezas que hemos pedido hace un rato y tras una visita guiada al mercado, donde el gerente nos explica sus particularidades y la lucha de la asociación de comerciantes, nos vamos a comer. La conexión entre ellas se nota en las conversaciones que surgen entonces, en las preguntas, en las ideas y en los deseos que se comparten, en la fuerza de sus sonrisas. A primera hora de la tarde todas tienen muchas horas de viaje para volver a sus casas. Aunque sus caminos se separen de nuevo, hay cosas invisibles que puede que nunca se separen, pues ya se han tejido.

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Gemma Flores Pons. Cooperativa L’Aresta. Panadería agroecológica. Santa Coloma de Queralt (Tarragona)
“Lo que representa para mí el feminismo está en esta frase: La nueva mestiza sigue adelante desarrollando tolerancia hacia las contradicciones, una tolerancia hacia la ambigüedad. (…) No solo mantiene la contradicción, transforma la ambivalencia en otra cosa (Gloria Anzaldúa)”.
“Soberanía alimentaria es sembrar autonomías, cultivar colectividades, cuidar las interdependencias y alimentar la sostenibilidad de las vidas”.
Isabel Díez Leiva. Feitoria Verde. Planta hortícola agroecológica. Lugar de Xián, Concello de Vedra (A Coruña)
“La soberanía alimentaria es una oportunidad para recuperar saberes, sabores y poder para decidir qué comemos, qué cultivamos y a quién confiamos algo tan básico como nuestra alimentación”.
“Para mí el feminismo es una lucha permanente por la libertad dentro y fuera de una misma”.
Ángeles Santos Alfonso. Quesos La Faya. Fariza de Sayago (Zamora)
“El feminismo no pretende poner a la mujer por delante del hombre, sino al mismo nivel, con los mismos derechos y obligaciones y respetando las singularidades de cada persona”.
“Con la comida no se juega, tenemos que sembrar conciencias para construir la soberanía alimentaria. Que los pueblos decidan qué producir, cuándo, dónde, para quién y en qué condiciones”.
Leticia Toledo Martín. Huerta La Alegría. Encinarejo de Córdoba
“El feminismo es la mirada subversiva que necesitamos para construir nuevas relaciones económicas que recreen la vida”.
“La soberanía alimentaria es el poder que tenemos como pueblo para gestionar nuestros recursos y crear un modelo agrícola justo ecológica, social y políticamente”.

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